La familia de los ojos amarillos

La familia de los ojos amarillos
Érase una vez una familia a la que nunca se acercaba nadie . Todos tenían los ojos amarillos. Venían de otro país y a la gente le daba mucho miedo.

-¡No los miréis nunca! ¡Tienen poderes en sus ojos! – decían algunos.

-¡A mi me han contado que una vez convirtieron a un hombre en un ratón con sus poderes! – decían otros.

Todos contaban historias sobre aquella familia, pero Jaime, que era un niño que no le tenía miedo a nada, no se creía las habladurías.

-¡Seguro que todo es mentira! ¡Se lo inventan todo porque son diferentes a nosotros!
-pensaba.

Un día, mientras todos estaban en una gran fiesta que hacían en el pueblo, ocurrió algo que les asustó mucho. Todas las luces del pueblo se apagaron de repente y todo se quedó muy oscuro.

- ¿Qué ha pasado? -preguntaron todos muy asustados.

-¡Se habrá ido la luz! -dijo uno de los habitantes.

-¡No, no! ¡Seguro que esto es obra de la familia de los ojos amarillos y quieren venir a por nosotros a oscuras! -dijo una mujer.

Todos estaban muertos de miedo, hasta que alguien vio algo:

-¡Mirad esas luces amarillas! ¡Vienen hacia aquí! -gritó un señor.

-¡Seguro que son los de los ojos amarillos! ¡Corred!

Todo el mundo salió corriendo hacia sus casas a esconderse, pero Jaime se quedó detrás de unos arbustos para ver qué eran esas luces amarillas.

Cuando por fin las tenía muy cerca, vio que era la familia de los ojos amarillos, pero ¡las luces no eran nada más que linternas!

Jaime salió de su escondite sin ningún miedo y cuando la familia de los ojos amarillos vio al niño, se acercaron a él:

-¡Hola! ¡Nos hemos quedado a oscuras en casa! ¡Veníamos a ver qué ocurría!

Jaime se dio cuenta de que eran personas normales y corrientes y que todo lo que contaban los habitantes era mentira, así que se quedó con ellos intentando buscar una solución para que volviera la luz.

-¡Probemos aquí! ¡Puede que sean estos cables! -dijo el padre de la familia.

Al final, el hombre consiguió arreglar el problema de la luz y Jaime llamó a todos para que vieran lo que había hecho y convencerlos de que no hacían ningún daño.

Todos se sorprendieron mucho y se dieron cuenta de que estaban equivocados. Desde entonces todos aprendieron que no hay que juzgar a nadie porque sea diferente y la familia de los ojos amarillos fue una familia más.

El mensaje secreto de los selenitas

El mensaje secreto de los selenitas
Mario y Sergio se habían colado en el desván de la casa de su tío Jaime. El desván tenía una ventana en el techo por la que se veían las estrellas de noche. El tío Jaime solía abrir esa ventana para asomar un enorme telescopio y explorar el universo.

-Ten cuidado con el telescopio, Mario. Si tío Jamie se entera que hemos estado jugando con él no nos dejará volver a pasar las vacaciones de verano con él -dijo Mario.

-Si tío Mario nos pilla aquí arriba nos va a castigar de todas formas -dijo Sergio-. Nos prohibió subir aquí solos, ¿no te acuerdas?

-Ya, pero una cosa es subir a mirar por la ventana del tejado y otra romper algo -dijo Mario.

-No voy a romper el telescopio. Solo voy a….

-¡S-E-R-G-I-O-O-O-O-O-O!

-¡Ups! Parece que algo se ha roto por aquí -dijo Sergio-. Vámonos y no digas nada.

-Tenemos que decirle a tío Jaime lo que ha pasado. Si encuentra esto así se va a llevar un disgusto -dijo Mario.

-Si le contamos esto nos manda de vuelta a casa -dijo Sergio.

-Si no se lo contamos, cuando nos pille se va a liar buena -dijo Mario.

-Eso será si nos pilla -dijo Sergio-. Solo tenemos que impedir que suba aquí hasta que nos vayamos. Si luego se lo encuentra roto nosotros ya no estaremos aquí y no tendrá por qué sospechar.

No muy convencido, Mario hizo caso a su hermano mayor. Recogieron todo bien, intentando disimular el estropicio del telescopio y bajaron a la cocina para cenar.

-Chicos, ¿qué os parece si esta noche miramos las estrellas desde el desván? -dijo tío Jaime mientras cenaban.

-Uf, tío Jaime, no me apetece mucho subir al desván -dijo Sergio-. ¿Qué tal si nos tumbamos en el césped y las miramos al fresco? Hace una noche muy agradable.

-De acuerdo -dijo tío Jaime-. Pero subiré a por el telescopio de todas formas.

-¡No! -gritó Mario-. Quiero decir… mejor déjalo para otro día, tío. Así podremos leer historias a la luz de la luna, que cuando te enganchas al telescopio te olvidas de todo.

-Vale, de acuerdo -dijo tío Jaime.

Tío Jaime empezó a sospechar que algo raro pasaba, así que, cuando los niños se acostaron, subió al desván.

-Tal y como sospechaba -dijo tío Jaime-. Estos se van a enterar.

Al día siguiente, por la noche, tío Jaime fue a buscar a Mario y a Sergio justo cuando se acababan de dormir.

-Chicos, tenéis que ver esto. Anoche, cuando os acostásteis, recibí un mensaje. Llegó en una pequeña cápsula espacial, pero no lo entiendo. Parece que está en clave.

-A ver, déjame ver -dijo Sergio, cogiendo el papel y mirándolo inquieto-. Tranquilo, está escrito en clave. Yo lo leeré.

”Estamos atrapados. Por favor, ayúdanos. Búscanos. Cuando nos veas sabrás qué hacer. Todo desaparecerá si no nos ayudas. Firmado: Los selenitas”.

-Rápido, hay que ayudar a esta gente -dijo Sergio.

-Vale, pero, ¿cómo los encontramos? -dijo tío Jaime.

-Supongo que habrá que descubrir dónde viven los selenitas -dijo Mario-. Vamos a buscarlo.

-Los selenitas, los selenitas…. -balbuceó tío Jaime-. ¡Ya sé! Los selenitas son los habitantes de la Luna.

-¡Rápido, al telescopio! -gritaron los niños, sin acordarse del estropicio del día anterior.

Cuando llegaron arriba y tío Jaime abrió la caja los niños se acordaron de lo que había pasado.

-¡Vaya! El telescopio está roto -dijo tío Jaime-. Ya no podremos ayudar a los selenitas y la Luna desaparecerá.

Los niños se miraron el uno al otro sin decir nada.

-¿Sabéis algo de esto? -preguntó tío Jaime.

Pero los niños no contestaron. Simplemente miraron para abajo. Mario rompió el silencio.

-¡Ahora los selenitas morirán por nuestra culpa!

-No va a morir nadie -dijo tío Jaime-. Era todo una broma. Pero, ¿qué hubiera pasado si el mensaje fuera cierto? Si me hubiérais dicho que el telescopio estaba roto lo hubiera arreglado y hubiera estado listo para ayudarles.

-¿Nos vas a castigar? -preguntaron los niños.

-Las cosas no hay que hacerlas pensando en castigos, sino que hay que ser responsable y asumir los errores -dijo tío Jaime.

-No volverá a pasar. ¿Nos perdonas? -dijeron los niños.

-Claro que os perdono -dijo tío Jaime-. Espero que hayáis aprendido la lección. Si la liáis tenéis que contarlo para poder solucionar los problemas a tiempo. De momento, vamos a arreglar esto, por si acaso mañana son los marcianos los que están en peligro, ¿no?

El corazón encantador

 
Había una vez una tienda llena de preciosas muñecas, tiernos peluches y divertidos juguetes de todo tipo. La tienda estaba siempre llena de gente, y los niños se peleaban por tener el mejor sitio para contemplar su espectacular escaparate lleno de juguetes, especialmente al Corazón Encantador, un corazón de peluche que se situaba en el centro de toda la escena representada por los juguetes. Aquel corazón atraía a niños y mayores, pero era la envidia de los demás juguetes, que querían ser también el centro de todas las miradas.

-¿Por qué no lo venderán de una vez? -decían las muñecas de trapo.
- Parece ser que el dueño no quiere deshacerse de él -respondieron una pareja de walkie-talkies-. Le tiene mucho aprecio.
-Le habrá embrujado con su mirada dulce y su sonrisa pícara -dijo el puzzle de la Bruja Piruja.
-Tendremos que hacer algo, compañeros, esto no puede seguir así -dijo una de las muñequitas de la casa de muñecas-. Nadie se fija en nosotros.
-¡Tenemos que deshacernos de él! -gritaron los soldaditos de plomo.
-¡Lo tiraremos a la calle! -se animaron los animales de plástico.

Y entre todos tiraron el corazón de peluche fuera del escaparate y después fuera de la tienda, con tan mala suerte que el pobre juguete cayó en el barro. Algunos niños que lo admiraban quisieron cogerlo cuando lo vieron, pero cuando se dieron cuenta de que estaba sucio lo ignoraron y no quisieron tocarlo. A así fue como el corazón de peluche acabó junto a unos contenedores de basura, camuflado por la suciedad.

Después de aquello, la tienda de juguetes cayó en desgracia, y nadie entraba a comprar nada. Ni siquiera los niños se paraban en su escaparate para contemplar las maravillas que se vendían en aquella tienda.

Unos días después, un niño encontró el corazón de peluche tirado en la calle. Al verlo tan estropeado no reconoció que era el peluche de la tienda de juguetes. De todos modos, se compadeció de él y se lo llevó a su casa, lo lavó, lo arregló y lo cuidó. Cuando el corazón quedó como nuevo salió a jugar con él.

Cuando pasó por la tienda de juguetes se dio cuenta de que algo pasaba. El escaparate estaba triste, como vacío, aunque realmente estaba lleno de juguetes. Tampoco había nadie dentro de la tienda, y eso que siempre estaba llena de gente.

De pronto se dio cuenta que faltaba el Corazón Encantador, aunque ni se imaginó que su corazón de peluche podría ser ese juguete que faltaba. De todos modos, escondió el corazón en su mochila y entró en la tienda.
-Hola, señor juguetero -dijo el niño-. ¿Qué ha pasado con el corazón de peluche del escaparate?
-Oh, querido niño He perdido mi bien más preciado. El Corazón Encantador ya no está. Lo he buscado por todos lados y no he podido encontrarlo.
- ¿Qué tenía de especial ese corazón? -preguntó el niño.
-El Corazón Encantador es un peluche mágico, un regalo del Hada de los Juguetes -dijo el buen hombre-. No sé cuál es su verdadero poder, pero desde que no está mi tienda es un lugar triste y frío.

El niño se compadeció del dueño de la tienda al verlo tan triste y sacó su corazón de peluche de la mochila.
-Tal vez pueda ayudarle-dijo el niño al dueño de la tienda mientras le ofrecía el juguete que él mismo había arreglado-.
-¿De dónde has sacado esto? -preguntó el señor al niño.
- Lo encontré en la calle hace unos días, sucio y estropeado -explicó el niño-. Lo he arreglado yo mismo.

El señor, conmovidopor la bondad del muchacho, le ofreció todos los juguetes que quisiera si le devolvía al Corazón Encantador.
-No hace falta que me dé nada, señor. El Corazón Encantador es suyo. Yo he disfrutado mucho cuidando de él estos días, pero es justo que vuelva con su verdadero dueño.
-Bueno, tal vez podamos compartir el peluche, pequeño -dijo el dueño de la tienda-. Yo lo colocaré en su sitio y tú podrás venir a jugar con él siempre que quieras.

Al niño le pareció buena idea y,después de devolver el Corazón Encantador a su dueño, se marchó. La tienda recuperó su esplendor, los niños volvieron a amontonarse en su escaparate y la gente volvió a llenar la tienda.

Los juguetes envidiosos pidieron perdón al Corazón Encantador, que los perdonó si prometían no volver a hacer daño a otro juguete.
-Sabemos que nos hemos equivocado querido amigo y te pedimos perdón por ello -dijo un de soldadito de plomo - Nos necesitamos unos a otros, y no volveremos a hacerte daño a ti ni a ningún otro juguete.

El domador de hamsters


El domador de hamsters
Juanito y Luisito eran dos hermanos gemelos. El día que cumplieron cinco años su abuelo les regaló un hámster a cada uno con jaula y todo. Las jaulas eran increíbles. Tenía una rueda de correr, tobogán, piscina, biberón de agua, varios comederos para poner diferentes tipos de comida y una zona para dormir que parecía muy cómoda.

- ¡Me convertiré en el domador de hamsters más famoso del mundo! -dijo Juanito cuando recibió su regalo.
- ¡Y yo también! -dijo Luisito.

Lo que no sabían Juanito y Luisito es lo complicado que es domesticar a un hámster para que obedeciera e hiciera lo que se le pedía. Cada vez que abrían las jaulas los animalillos se escapaban y tardaban horas en encontrarlos.

Los amigos de Juanito y de Luisito les decían que se dejaran de tonterías, que no lo conseguirían nunca. Luisito perdió enseguida la ilusión y dejó a su hámster por imposible. Sin embargo, Juanito seguía empeñado en conseguir domesticar al suyo.

Cada vez que a Juanito se le escapaba el hámster aprendía algo nuevo. Por ejemplo, ya sabía cuáles eran los sitios favoritos donde se escondía, y había aprendido a cogerlo sin que se le escurriera de las manos. También sabía ya cuál era su comida favorita y la utilizaba para atraerle cuando se escapaba.

Poco a poco, el hámster de Juanito fue cogiendo confianza con él y como veía que no le hacía nada se quedaba jugando a su alrededor, se subía por los brazos e incluso se acurrucaba en sus manos para que le acariciara.

Un día Juanito se dio cuenta de que el hámster de su hermano estaba muy triste en su jaula sin agua ni comida.

- Luisito, tu hámster no tiene agua ni comida -preguntó Juanito.
- Ya, pero es que es un rollo, cada vez que abro la jaula intenta escaparse. ¡Estoy harto de perseguirle! -respondió Luisito.
- Pero si no le das de comer y de beber se morirá -dijo Juanito.

Luisito fue con desgana a ponerle agua y comida a su hámster y a limpiarle un poco la jaula, pero en cuanto pudo el hámster se escapó.

- ¡Lo sabía! -se enfadó Luisito -. Cuando te encuentre te voy a…
- ¡Para! -le interrumpió Juanito-. Así jamás conseguirás nada de él. Espera y verás.

Juanito buscó al hámster de su hermano, le ofreció un poco de lechuga. El pobre tenía tanta hambre que se la comió en un abrir y cerrar de ojos. Poco a poco, Juanito lo fue atrayendo con zanahorias y otras verduras, y consiguió que se subiera a su mano.

- ¿Ves lo fácil que es? -dijo Juanito, mientras acariciaba al hámster de su hermano-. Si le gritas le asustas. Dale un poco de comer e inténtalo tú mismo.

Luisito lo ofreció un poco de fruta al hámster, que se lanzó a sus manos sin pensárselo.

Desde entonces, los hamsters de Juanito y Luisito pasan mucho tiempo juntos fuera de la jaula. Tambiény han aumentado la familia, porque uno era macho y el otro, bueno, la otra, era hembra, y han tenido muchos hijitos. Juanito y Luisito los domestican y se los regalan a sus amigos con un manual escrito por ellos mismos, titulado: "Breve manual del perfecto domador de hámsters".
Juanito y Luisito eran dos hermanos gemelos. El día que cumplieron cinco años su abuelo les regaló un hámster a cada uno con jaula y todo. Las jaulas eran increíbles. Tenía una rueda de correr, tobogán, piscina, biberón de agua, varios comederos para poner diferentes tipos de comida y una zona para dormir que parecía muy cómoda.

- ¡Me convertiré en el domador de hamsters más famoso del mundo! -dijo Juanito cuando recibió su regalo.
- ¡Y yo también! -dijo Luisito.

Lo que no sabían Juanito y Luisito es lo complicado que es domesticar a un hámster para que obedeciera e hiciera lo que se le pedía. Cada vez que abrían las jaulas los animalillos se escapaban y tardaban horas en encontrarlos.

Los amigos de Juanito y de Luisito les decían que se dejaran de tonterías, que no lo conseguirían nunca. Luisito perdió enseguida la ilusión y dejó a su hámster por imposible. Sin embargo, Juanito seguía empeñado en conseguir domesticar al suyo.

Cada vez que a Juanito se le escapaba el hámster aprendía algo nuevo. Por ejemplo, ya sabía cuáles eran los sitios favoritos donde se escondía, y había aprendido a cogerlo sin que se le escurriera de las manos. También sabía ya cuál era su comida favorita y la utilizaba para atraerle cuando se escapaba.

Poco a poco, el hámster de Juanito fue cogiendo confianza con él y como veía que no le hacía nada se quedaba jugando a su alrededor, se subía por los brazos e incluso se acurrucaba en sus manos para que le acariciara.

Un día Juanito se dio cuenta de que el hámster de su hermano estaba muy triste en su jaula sin agua ni comida.

- Luisito, tu hámster no tiene agua ni comida -preguntó Juanito.
- Ya, pero es que es un rollo, cada vez que abro la jaula intenta escaparse. ¡Estoy harto de perseguirle! -respondió Luisito.
- Pero si no le das de comer y de beber se morirá -dijo Juanito.

Luisito fue con desgana a ponerle agua y comida a su hámster y a limpiarle un poco la jaula, pero en cuanto pudo el hámster se escapó.

- ¡Lo sabía! -se enfadó Luisito -. Cuando te encuentre te voy a…
- ¡Para! -le interrumpió Juanito-. Así jamás conseguirás nada de él. Espera y verás.

Juanito buscó al hámster de su hermano, le ofreció un poco de lechuga. El pobre tenía tanta hambre que se la comió en un abrir y cerrar de ojos. Poco a poco, Juanito lo fue atrayendo con zanahorias y otras verduras, y consiguió que se subiera a su mano.

- ¿Ves lo fácil que es? -dijo Juanito, mientras acariciaba al hámster de su hermano-. Si le gritas le asustas. Dale un poco de comer e inténtalo tú mismo.

Luisito lo ofreció un poco de fruta al hámster, que se lanzó a sus manos sin pensárselo.

Desde entonces, los hamsters de Juanito y Luisito pasan mucho tiempo juntos fuera de la jaula. Tambiény han aumentado la familia, porque uno era macho y el otro, bueno, la otra, era hembra, y han tenido muchos hijitos. Juanito y Luisito los domestican y se los regalan a sus amigos con un manual escrito por ellos mismos, titulado: "Breve manual del perfecto domador de hámsters".

Lo que le pasó a Marina cuando se quedó sin sus libros



Lo que le pasó a Marina cuando se quedó sin sus libros

Marina era una niña que adoraba leer cuentos. Se pasaba el día entero sumergida en sus libros, leyendo una y otra vez historias de todo tipo. Las que más le gustaban eran las que trataban sobre misterios y enigmas, aunque los cuentos de hadas y duendes también le llamaba mucho la atención.

Cada vez que alguien quería hacer un regalo a Marina le obsequiaba con un libro. Los tenía de todos los tamaños, de todos los colores y de todas las formas posibles.

Un día Marina y sus papás tuvieron que irse de su casa para mudarse a otra ciudad. Marina empezó a empaquetar sus libros, pero su mamá le dijo que no se los podía llevar.
-Hija, no podemos llevarnos los libros-le dijo su mamá-. Donde vamos no hay sitio para ellos.
-Pero yo necesito mis libros, son míos -respondió la niña-. ¿Qué voy a leer si no me los llevo?
-Ya encontraremos un remedio, hija, no te preocupes -le dijo su madre, intentando calmar a su hija, que estaba muy preocupada por la noticia.

Aquella noche Marina no pudo dormir. Estaba muy triste. Mudarse de casa no le hacía mucha gracia, pero irse sin sus libros era como dejar parte de ella abandonada allí. Cuando al final pudo dormirse, tuvo un sueño increíble. Un hada muy pequeña se acercaba a ella y le daba un pequeño papel enrollado dentro de un saquito con un cordón de cuero.
-Cuélgate esto al cuello y ábrelo cuando llegues a tu nuevo hogar -le decía el hada-. Cuando lo hagas encontrarás la solución a tus problemas.

Cuando Marina se despertó y vio que tenía el saquito con el que había soñado no podía creérselo. Tuvo la tentación de abrirlo, pero enseguida se dio cuenta de que tenía que esperar.

Mucho más tranquila, incluso con bastante alegría, ayudó a sus padres con los últimos preparativos para el viaje.
-Parece que estás más animada, hija -le dijo su padre.
-Sí papá -respondió la niña-. He soñado que todo va a ir bien.

Cuando llegaron a su nueva casa Marina vio que era muy pequeña. Allí no podría tener apenas libros, y eso le disgustó. Entonces se acordó del saquito que llevaba colgado al cuello, y se lo quitó. Lo dejó sobre la mesilla de noche de su habitación y se quedó dormida de lo cansada que estaba del viaje.

En sueños, Marina volvió a ver al hada de la noche anterior, que le decía:
-¿Por qué no has abierto el saquito, Marina?
-Sea lo que sea, en esta casa no cabe nada. No hay sitio para mis cuentos -respondió la niña.
-¿Cuántos cuentos necesitas, pequeña? -preguntó el hada.
-Me gustaría tener todos los cuentos del mundo, leer todas las historias escritas y todas los libros que se escribirán -respondió Marina.
-Abre el saquito y allí los encontrarás todos -dijo el hada antes de desaparecer.

Marina se despertó sobresaltada. ¿Cómo iba a ser posible eso? ¿Habría en el saquito un conjuro mágico para convertir aquel apartamento en una gran casa? ¿O tal vez la receta para hacer una pócima que la transportara a un lugar lleno de libros?

Pues no, no había nada eso. Lo que había escrito en aquel papel no tenía nada que ver con eso. Simplemente, el papel decía: “Pide un deseo”.

Marina estaba confundida. Aun así lo intentó.
-Deseo un conjuro para convertir esta casa en una gran mansión en la que quepan todos los cuentos del mundo-gritó la niña.

Pero no pasó nada.

Muy triste se echó a dormir otro poco. En sus sueños el hada le decía:
-Has deseado una casa, pero no hay ninguna casa tan grande como para que en ella quepan todos los cuentos, historias y libros del mundo.

A la mañana siguiente Marina volvió a intentarlo. Esta vez, decidió probar a pedir una pócima mágica, a ver si esa era la solución.
-Deseo una pócima que me permita ir al lugar donde pueda leer todos los libros del mundo -dijo Marina.

Esta vez tampoco pasó nada.
-¿Por qué es tan difícil? -gritó-. ¡Sólo quiero algo para poder leer todos los cuentos del mundo!
En ese momento apareció ante ella una libro, sólo uno. No era muy grande, pero tenía algo especial. En su portada, simplemente ponía: “Pide un deseo”. Era increíble. Marina no podía creerlo.

Pero de repente lo entendió todo. Sin pensárselo dos veces, dijo:
-Deseo un cuento de piratas buenos.

Abrió el libro y se encontró con la historia de un pirata muy peculiar que no quería ser malo y que, al final, convencía a los demás piratas para hacer el bien y ayudar a la gente que lo necesitaba.
-Ahora deseo leer la historia de una ballena que se convierte en gaviota- dijo la niña.

Y allí estaba, la historia que había pedido, una ballena que se convertía en gaviota para buscar un lugar en el que nadie quiera cazar ballenas.

Marina se pasó todo el día leyendo en aquel libro mágico que contenía todas las historias del mundo. Esa noche Marina se acostó pensando que hasta los problemas más complicados tienen una solución, aunque no siempre sea como la habíamos pensado y que, a veces, es mucho más sencilla de lo que pueda parecer.

¿Sabes cuánto vales en realidad?

cuentos



Alfredo, con el rostro abatido de pesar se reúne con su amiga Marisa en un bar a tomar un café.
Deprimido descargó en ella sus angustias...que el trabajo, que el dinero, que la relación con su pareja, que su vocación...todo parecía estar mal en su vida.

Marisa introdujo la mano en su cartera, sacó un billete de 50 dólares y le dijo:
- Alfredo, quieres este billete ?
Alfredo, un poco confundido al principio, inmediatamente le dijo:
- Claro Marisa...son 50 dólares, quién no los querría ?
Entonces Marisa tomó el billete en uno de sus puños y lo arrugó hasta hacerlo un pequeño bollo. Mostrando la estrujada pelotita verde a Alfredo volvió a preguntarle:
- Y ahora igual lo quieres ?
- Marisa, no sé qué pretendes con esto, pero siguen siendo 50 dólares, claro que los tomaré si me lo entregas.
Entonces Marisa desdobló el arrugado billete, lo tiró al piso y lo restregó con su pie en el suelo, levantándolo luego sucio y marcado.
- Lo sigues queriendo ?
- Mira Marisa, sigo sin entender que pretendes, pero ese es un billete de 50 dólares y mientras no lo rompas conserva su valor...

- Entonces Alfredo, debes saber que aunque a veces algo no salga como quieres, aunque la vida te arrugue o pisotee, SIGUES siendo tan valioso como siempre lo hayas sido...lo que debes preguntarte es CUANTO VALES en realidad y no lo golpeado que puedas estar en un momento determinado.
Alfredo se quedó mirando a Marisa sin decir palabra alguna mientras el impacto del mensaje penetraba profundamente en su cerebro.
Marisa puso el arrugado billete de su lado en la mesa y con una sonrisa cómplice agregó:
- Toma, guárdalo para que te recuerdes de esto cuando te sientas mal...pero me debes un billete NUEVO de 50 dólares para poder usar con el próximo amigo que lo necesite !!

Cuántas veces dudamos de nuestro propio valor, de que realmente MERECEMOS MAS y que PODEMOS CONSEGUIRLO si nos lo proponemos ? Claro que el mero propósito no alcanza...se requiere de la ACCIÓN para lograr los beneficios. Yo sé que se puede y que existen innumerables caminos para conseguirlo.

La solución.






Cuando Cindy recibió el mensaje de su amiga que decía: "Tráeme una botella, terminé con mi novio". Salió corriendo cómo alma que lleva el diablo a visitar a su amiga.

- ¡Amiga! ¡Llegué!
- ¡Cindy! -exclamó su amiga al abrir la puerta- ¡¿Y la botella?! -le preguntó extrañada, al ver que había llegado con las manos vacías.
- No la compré, te traje esto, en cambio.
- ¿Un libro? -inquirió la chica, abriendo el paquete-. "Cómo superar a tu ex"... ¡Ay! Gracias amiga, pero sabes que no me gusta leer, además -añadió, lanzando el libro a un lado-, ahorita lo único que quiero es beber, emborracharme para ahogar mi dolor con alcohol.
- Por eso mismo te traje el libro en vez de una botella -explicó Cindy, recogiendo el libro-. Porque cuando acabes la botella seguirás sufriendo de tu mal de amores, en cambio, para cuando acabes de leer el libro, al menos conocerás algunas herramientas para poder superarlo.

El saco de plumas

madre



Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que este había alcanzado.

Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo:

"Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?",
a lo que el hombre respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde vayas".

El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y al cabo de un día las había soltado todas.

Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el sabio contestó: "Esa es la parte más fácil.
Ahora debes volver a llenar el saco con las mismas plumas que soltaste.
Sal a la calle y búscalas".
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba y no pudo juntar casi ninguna.

Al volver, el hombre sabio le dijo:
"Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón a tu amigo, pues no hay forma de revertir lo que hiciste".

La leyenda del verdadero amigo



Dice una linda leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.
El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:

HOY, MI MEJOR AMIGO ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL ROSTRO.

Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse.

El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo.

Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:

HOY, MI MEJOR AMIGO ME SALVÓ LA VIDA.

Intrigado, el amigo preguntó:

¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?

Sonriendo, el otro amigo respondió:

Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el m podrá borrarlo.

NO TE PUDE ESPERAR

historias




Una vez un hombre muy afortunado había conseguido la mejor entrevista de su vida: Iba a entrevistar ni más ni menos que a Dios.

Esa tarde el hombre llegó a su casa dos horas antes, se arregló con sus mejores ropas, lavó su automóvil e inmediatamente salió de su hogar. Manejó por la avenida principal rumbo a su cita, pero en el trayecto cayó un chubasco que
produjo un embotellamiento de transito y quedó parado. El tiempo transcurría, eran las 7:30 y la cita era a las 8:00 p.m.

Repentinamente le tocaron el cristal de la ventanilla y al voltear vio a un chiquillo de unos nueve años ofreciéndole su cajita llena de chicles (goma de mascar). El hombre sacó algún dinero de su bolsillo y cuando lo iba a entregar
al niño ya no lo encontró. Miró hacia el suelo y ahí estaba, en medio de un ataque de epilepsia.

El hombre abrió la portezuela e introdujo al niño como pudo al automóvil.

Inmediatamente buscó como salir del embotellamiento y lo logró, dirigiéndose al
hospital de la Cruz Roja más cercano. Ahí entregó al niño, y después de pedir que lo atendiesen de la mejor forma posible, se disculpó con el doctor y salió corriendo para tratar de llegar a su cita con Dios.

Sin embargo, el hombre llegó 10 minutos tarde y Dios ya no estaba. El hombre se ofendió y le reclamó al cielo: "Dios mío, pero tú te diste cuenta, no llegué a tiempo por el niño, no me pudiste esperar. ¿Qué significan 10 minutos para un ser eterno como tú?"

Desconsolado se quedó sentado en su automóvil; de pronto lo deslumbró una luz y vio en ella la carita del niño a quien auxilió. Vestía el mismo suetercito deshilachado, pero ahora tenía el rostro iluminado de bondad.

El hombre, entonces, escuchó en su interior una voz:

Hijo mío, no te pude esperar... y salí a tu encuentro.