A veces, el adulterío se paga caro.


El sónido de la puerta delantera abriendose hizo que se detuvieran en lo que estaban haciendo.



- ¡Llegó mi marido!
- ¡¿Qué?! ¡¿Pero supuestamente él no llegaba hasta las seis?!
- Si; pero no se que ha pasado hoy, escondete debajo de la cama, ¡rápido, ya viene subiendo las escaleras!


Y cuando se escondió debajo de la cama, ella se levanto de la cama, corrio hacía la puerta y se lanzó en los brazos de su marido.


- ¡¿Por qué te tardaste tanto?! ¡Casi tengo sexo con él!
- Lo siento, me entretuvo la vecina hablandome de sus gatos - le respondió éste, calmado, mientras presionaba el interruptor que estaba al lado de la puerta, y al hacerlo del piso que había debajo de la cama salieron miles de agujas que mataron en segundos al hombre que allí se escondía.

El peinado mágico.

 

- ¿Cómo haces para que tu pelo te quede tan perfectamente alborotado? ¿Qué productos usas? - le pregunté a mi mejor amigo con curiosidad -¡Yo he intentado con todo, gel, cera, spray y nunca he logrado que me quede como a ti!
- ¡Jajajajaja! ¿En serio me estas preguntando esto?
- ¡Sí! ¿Cómo haces para que tu pelo te quede así?
- ¡Jajajajaja! ¡No lo sé, hombre! ¡Con magia!
- ¡Vamos! Cuéntame tu secreto, algo tienes que hacer o usar en tu pelo para que te quede así.
- ¡Jajajajaja! ¡Es enserio, con magia!
- Bueno, está bien, no me cuentes, pues.
- No, espera, mira...

Y lo que vi a continuación no me lo esperaba, mi amigo se peinó su perfectamente alborotado pelo con la mano, luego sacó de su bolsillo una perla dorada, se la llevo a los labios, susurró unas palabras que no entendí y luego extendió el brazo gritando: "¡Ven a mi!" E inmediatamente en el lugar donde estaba parado, apareció un círculo de luz brillante con un pentagrama dentro, luego una espesa ráfaga de aire envolvió a mi amigo por un par de segundos, y cuando esta se disipó, le dejó a mi amigo su pelo perfectamente alborotado.

La fábula del conejo.

 
Cuando el conejo y la tortuga regresaban a casa, cansados y hambrientos por la carrera que habían tenido, vieron a lo lejos una granja que cultivaba frutas y hortalizas.



A lo que pasaron junto a la granja, el Conejo notó que las zanahorias que estaban plantadas en la granja estaban listas para ser comidas y le dijo a la tortuga:


- Oye, toruga, ¿qué dices si nos saltamos la valla de la granja y tomamos un par de esas zanahorias para reponer las fuerzas que perdimos en la carrera?


- ¡¿Estás loco, conejo?! - le respondió la tortuga exaltada - ¡eso es robar!


- Si, pero solo serán un par de zanahorias, el dueño de la granja nunca lo notará, así que, ¿qué dices? ¿Lo hacemos?


- ¡No! - respondió instántaneamente la tortuga - Yo no lo haré, ve tú, conejo, si quieres; pero no me metas en tus fechorías.


- Está bien - dijo el conejo - pero no te traeré una zanahoría, y luego no me vayas a estar pidiendo ni un mordisquito de la mía.


Y así la tortuga vió como el conejo se acercó a la valla, tomó impulso y dando un gran salto con sus dos patas traseras voló por encima de la valla; aterrizó al otro lado dentro de la granja y con mucho sigilo se acercó a donde estaban las zanahorias; pero cuando tomó una zanahoria por las hojas que sobresalían en la superficie para jalarla fuera de la tierra, ¡PUM! la cabeza del conejo voló el mil pedazos.


- ¡TE ATRAPÉ CON LAS MANOS EN LA MASA, CONEJO LADRÓN! - Escuchó la tortuga gritar al humano que se acercaba corriendo al cuerpo del conejo que yacía inerte sobre la tierra; y al ver esto la tortuga se fue lo más rápido que pudo a su casa y ahora le cuenta la historía del conejo ladrón a todos los animales del bosque para que aprendan que robar es malo y que no deberían hacerlo.

Mundos paralelos: El pescador y la mina de oro.


Había una vez un pescador que dentro de su propiedad tenía un pequeño lago donde todos los días pescaba un par de peces, los cuales vendía en el mercado del pueblo y con el dinero que hacía diariamente se podía mantener a él y a su pequeña familia sin dificultades.

Un día cuando el pescador regresó a su casa del lago luego de pescar, se encontró con que allí lo esperaba un hombre misterioso vestido con un traje negro y con un maletín del mismo color que le ofreció comprarle el lago por una suma de dinero multimillonaria, ya que, según el hombre misterioso, debajo del lago se encontraba una mina de oro que los haría al él y al pescador los hombres más ricos del planeta.

El pesacador, luego de escuchar la propuesta, pidió un tiempo para pensarlo antes de dar su respuesta, y durante ese tiempo, pensó como ese lago había permanecido en la familia por generaciones, en lo cómodo que estaba con su vida diaria y lo felíz que era pescando y vendiendo su par de pescados todos los días en el mercado del pueblo; pero también considero que si vendía el lago, su vida cambiaría drásticamente, tendría dinero suficiente para irse a vivir en una gran ciudad, no tendría que trabajar más nunca y podría llevar una vida llena de lujos.

¿Qué debería hacer el pescador?

El pescador no vendió el lago y siguió con su vida como la conocía.

El pescador al valorar lo feliz y cómodo que estaba con su vida, decidió no vender el lago que había pertenecido a su familia desde hace décadas, y siguió con su vida diaria, como si aquel hombre misterioso con aquella loca propuesta nunca hubiera pisado su casa.

5 años después, al pescador le dio una extraña enfermedad que le impidió seguir pescando y seguir su vida rutinaria; pero al ser una enfermedad nueva y desconocida, los médicos todavía no habían inventado una cura o un tratamiento para la misma, por lo que un par de meses después, el pescador murió a causa de la enfermedad, dejando a su familia sin el único sustento que tenían: la venta de los peces que él pescaba cada día.



El pescador vendió el lago y cambió su vida drásticamente

El pescador, luego de tomar la decisión de que no podía perder esa gran oportunidad, vendió el lago y con el dinero que recibió se mudó a una gran ciudad, donde se compró un edificio entero para vivir y un vehículo último módelo.

5 años después, mientras se encontraba viajando por el mundo, al pescador le dio una extraña enfermedad que le hizo cancelar su viaje; pero al ser una enfermedad nueva y desconocida los médicos todavía no habian inventado una cura o tratamiento para la misma; sin embargo, al ser multimillonario, el pescador invirtió mucho dinero en la investigación de la enfermedad y tras un par de meses de exhaustiva investigación, los científicos encontraron un tratamiento para la enfermedad, que a pesar de que no curó al pescador por completo, lo mantuvo vivo por un par de décadas hasta que murió de viejo y al morir le dejó a su familia su gran fortuna y las regalías que todavía producía la explotación de la mina de oro que yacía debajo del lago.

Dieta filosófica.



Todas las noches antes de dormir, pasaba horas y horas dando vueltas en la cama, pensando sobre la vida, su significado y su sentido; pero estos pensamientos lo deprimían mucho, porque siempre llegaba a la conclusión de que la vida no valía para nada porque, al final, todos vamos a morir.



Cansado de todo eso, decidió empezar una estricta dieta en la cual la última comida la hacía a las seis de la tarde, de tal manera que, por las noches, mientras pasaba sus acostumbradas horas dando vueltas en la cama, en vez de pensar sobre el significado de la vida, pensaba en lo que iba a desayunar al día siguiente y, desde entonces, fue muy feliz en su ignorancia.

Sin rifle no hay diversión.

 
Ante el juez llegaron diez cazadores de leones furtivos y cuando éste les preguntó por qué lo hacían ellos respondieron:

"Porque la cacería nos apasiona y es nuestro deporte favorito"

Entonces el juez, al notar la flama de pasión que se encendía en los ojos de los cazadores cuando hablaban de su deporte favorito, los sentenció a cazar un león, pero esta vez bajo las mismas condiciones que el animal: sin armas y desnudos, para que fuera un juego limpio.

Y durante su última caza, ninguno de los diez hombres disfrutó de su deporte favorito, porque en vez de la llama de pasión que se encendía en sus ojos cuando hablaban de la cacería, solamente se notaba el miedo que tenían de estar desnudos y desarmados ante tal temible animal.

El niño más valiente.

 
En un reino donde solo habían dos niños, uno que era muy miedoso y otro que no le tenía miedo a nada, decidieron hacer una competencia para ver quién era el niño más valiente.

Luego de que la competencia hubiera terminado y ambos niños hubieran luchado con dragones, nadado en un pozo con cocodrilos y escalado árboles tan altos que llegaban al cielo; el jurado decidió que el niño más valiente del pueblo no era aquel niño que no le tenía miedo a nada, quien había llegado de primero y había realizado todos los retos en un abrir y cerrar de ojos, si no que el ganador era el niño que, al contrario, era muy miedoso y que había llegado de último; porque a pesar de que le tenía miedo a los dragones, al agua, a las alturas y muchas cosas más, él había enfrentado sus miedos y había terminado todos los retos sin dejar que estos lo detuvieran, y eso es lo que significa ser valiente, enfrentarse a nuestros miedos sin dejar que estos nos detengan.

Viejas hipócritas.



Después de darle el pésame, llorando, a la pobre vecina quien había perdido a su hijo menor porque se había suicidado, las cuatro viejas de la cuadra, se limpiaron las lágrimas y se reunieron a tomar café y a conversar en un rincón de la capilla velatoria.

Vieja No. 1: Yo escuché que el muchacho se suicidó porque su novia lo había dejado.
Vieja No. 2: ¿En serio? Yo escuché lo contrario, que se había matado porque la había embarazado.
Vieja No. 3: ¡Ustedes si inventan! A mi me dijo alguien muy cercano a la familia que el joven se suicidó porque era gay.
Vieja No. 4: No, están equivocadas, el muchacho no se suicidó, se murió de sobredosis, era drogadicto.

Y así pasaron las cuatro viejas toda la tarde en el velorio, chismeando e inventando hipotesis sobre el suicidio del muchacho sin ni siquiera acercarse a la realidad.

El niño y el unicornio.



Había una vez un grupo de niños que siempre jugaban soccer junto al borde del bosque, hasta que, un día, uno de esos niños pateó la pelota tan fuerte que ésta se salió de la cancha y se metió en el bosque; el niño, antes de que sus amigos se enojaran o empezaran a quejarse, salió corriendo detrás de ella para buscarla y se adentró al bosque.


Tras seguir el rastro de la pelota por un par de minutos y de adentrarse más en el bosque, el niño se encontró con que el balón había rodado hasta un pequeño claro un poco más allá de los árboles.


Cuando el niño llegó al claro para recoger la pelota, quedó petrificado porque justo en el medio del claro había un pequeño unicornio tan blanco como la nieve acostado en la grama; quién se percató del niño porque este lo veía absorto con su belleza.


El niño, tras notar que el unicornio se había percatado de su presencia, intento dar un paso para acercársele, pero el bello animal mitológico se puso de pie de un salto al verlo moverse; entonces, el niño haciendo señas con las manos y mirando al animal y a la pelota intercaladamente le hizo entender al unicornio que sólo estaba allí para recoger el balón.


El unicornio, al entender las señas del pequeño, se acercó a la pelota e intento golpearla con sus cascos, muy torpemente, en dirección al niño para pasársela, sin embargo, al no obtener resultados intentó golpearla con su cabeza; pero tan pronto el afilado y brillante cuerno del unicornio tocó la bola, ésta se explotó haciendo un ruidoso ¡Boom! que asustó al animal e hizo que éste saliera corriendo rápidamente y se perdiera de vista entre los árboles del bosque.


El niño, después de salir de su asombro por todo lo que había presenciado, recogió la pelota espichada y regresó a donde estaban sus amigos esperándolo, quienes, cuando lo vieron regresar con el balón desinflado, le preguntaron, consternados:"¡¿Qué le pasó a la pelota?!", a lo que el niño solo respondió: "Un puercoespín, malvado, la explotó."

Deseos del día de San Valentín.



Un novio, muy detallista y enamorado, llevó a su novia a celebrar el día de los enamorados, a un exclusivo templo sagrado donde les dieron un pequeño pedacito de papel a cada uno para escribir tres deseos para su pareja.

El novio, emocionado, porque, según la leyenda, los deseos que uno escribía en los pedacitos de papel de ese templo siempre se cumplían, escribió:

Deseo que nunca se canse de mí.
Deseo que siempre esté a mi lado.
Deseo que me ame para toda la vida.

Mientras que la novia escribió:

Deseo que se vuelva millonario.
Deseo que se case conmigo.
Deseo que se muera rápido.

La cadena alimenticia.



Un día, mientras envenenaba una manzana, la bruja del bosque recibió una visita inesperada; un conejo, un ciervo y un jabalí, tocaron a su puerta, los tres animales estaban furiosos y dolidos, porque esa mañana, todos, habían perdido un familiar cercano en manos de los cazadores.


La bruja trató de explicarles que la caza era normal y que era usada por los humanos para poder subsistir; pero los animales al no entender el ciclo de la vida, le pidieron a la bruja que le diera conciencia a los cazadores, para que no mataran más animales del bosque.


La bruja, al no poder cambiar las leyes de la naturaleza, se le ocurrió una idea mejor, y hechizó el bosque para que la próxima vez que unos cazadores entraran en él, los animales cambiaran de cuerpo con ellos para que así pudieran dar ejemplo a los otros humanos de que cazar animales es malo.


Los animales, después de agradecer a la bruja, se marcharon impacientes a esperar a que llegaran cazadores al bosque para poder empezar a predicar que cazar animales es malo y cambiar, poco a poco el mundo.


El día siguiente, cuando tres cazadores de una aldea cercana se metieron a cazar en el bosque, el hechizo de la bruja surtió efecto y el alma de los cazadores cambió de cuerpo con el de los animales y viceversa.


Las primeras horas del día, el ciervo, el conejo y el jabalí, jugaron y corrieron por el bosque en su forma de humanos, e incluso, se acercaban y alimentaban a los otros animales que se encontraban por su camino; pero a medida que se acercaba el mediodía, empezaron a sentir hambre, y trás descubrir de muy mala manera que los humanos no comen pasto, empezaron a discutir entre ellos, porque el jabalí, olvidándose de su proposito y dejándose llevar por el hambre que sentía, quería cazar un animal para comerselo y sacear su apetito; el ciervo, quería regresar a la casa de la bruja para que quitara el hechizo; y el conejo, quería buscar otra manera saludable de saciar su hambre; pero tras discutir por horas, los tres animales terminaron separandose y tomando cada uno un camino distinto.


El jabalí, hambriento y enfurecido, sacó su rifle y se cazó al primer animal que se le cruzó por el frente, que no fue más que su propio cuerpo de jabalí, y que al morir, liberó el alma del humano que volvió a su cuerpo, y expulsó el alma del animal al más allá.


El conejo, buscó y buscó insatisfactoriamente por el bosque, probando todas las hojas de los árboles y frutas que saciaran su hambre y lo alimentaran sanamente, pero después de varios días murió de inanición; pero éste al morir dejó encerrada el alma del humano en su cuerpo de conejo.


Y finalmente, el ciervo, que regresó a la casa de la bruja, logró volver a la normalidad, y ahora anda por el bosque, explicándole a los animales, que los humanos no son malos, y que éstos cazan solo para poder comer y mantenerse con vida.

Los dos Príncipes.



Había una vez un Príncipe, que se llamaba Ru, que, una noche, cuando echó de su recámara privada a un cuervo horrible, éste, que no era más que un malvado hechicero convertido en cuervo, le lanzó una maldición que hacía que el Príncipe Ru se convirtiera en mujer tan pronto se ocultara el sol.



Manteniendo su maldición en secreto, el Príncipe Ru, sólo salía de su recámara de día y regresaba a ella antes de que se ocultara el sol.


Un día, después de varios años de haber sido maldito, el Príncipe Ru, cansado de pasar todas sus noches encerrado en su recámara, decidió ir, cómo Princesa, al gran baile de cumpleaños del Príncipe del reino vecino.


El Principe del reino vecino, que se llamaba Eric, se enamoró a primera vista de la Princesa Ru, tan pronto la vio entrar en sala de baile, e ignorando a todas las demás princesas y duquesas que habían asistido a su cumpleaños, el Príncipe Eric bailó todo la noche con la Princesa Ru, y antes de que saliera el sol y ésta se marchara, le regaló una pequeña cadena de oro como símbolo de su amor.


Al amanecer, cuando el Príncipe Ru llegó a su habitación, se lanzó a su cama a llorar, confundido, porqué a pesar de ser hombre, también se había enamorado del Príncipe Eric, y entre sollozos se quedó dormido apretando fuertemente en su mano derecha la cadena que le había regalado.


Un poco después del mediodía, el Príncipe Eric, llegó al castillo del Príncipe Ru preguntando por la Princesa; pero cuando el Rey, padre de Ru, le dijo que él no tenía ninguna hija, y que solo tenía un hijo, el Príncipe Eric se negó a creerle.


El Rey, para demostrarle al Príncipe Eric que decía la verdad, mandó a llamar a su hijo, quien seguía dormido en su recámara privada.


Pero cuando el Príncipe Ru se presentó ante ellos, medio dormido; a pesar de lo despeinado y lo hinchado que tenía los ojos de tanto llorar, el Príncipe Eric, que reconoció en él la cadena de oro que guindaba de su cuello y los ojos de la Princesa con la que había bailado la noche anterior, corrió hacía él y le dio un gran abrazo y un tierno beso en los labios.


El Rey, a ver a su hijo besándose con otro hombre, ordenó, furioso, a los guardias reales, que los separaran, que encarcelaran al Príncipe Eric en las mazmorras de su castillo y que encerraran a su hijo en su recámara privada.


De regreso en sus aposentos, el Príncipe Ru, se lanzó de nuevo sobre su cama a llorar, aún más confundido que antes, porque a parte de su amor prohibido, también lo confundía la reacción violenta de su padre.


De pronto, entre sollozos, el Príncipe Ru, escuchó un toqueteó en su ventana, y cuando la abrió para ver que pasaba, un cuervo horrible entró volando en su habitación, soltó sobre la cama una daga que llevaba en sus patas y salió volando tan rápido cómo había entrado.


El Príncipe Ru, agradecido con el cuervo, por darle la solución a todo su sufrimiento y confunsión, agarró la daga entre sus manos y la clavó sobre su corazón, muriendo instantáneamente.


Mientras tanto, en las mazmorras del castillo, el Príncipe Eric también lloraba, pero no de confunsión, porque a él no le importaba que Ru fuera hombre, si no de rabia y frustración al no poder estar con el amor de su vida porque el Rey no entendía que el amor no tenía límites.


De pronto, entre los barrotes de la pequeña ventana que había en la mazmorra del Príncipe Eric, se coló en horrible cuervo, qué después de haber visto al Príncipe Ru quitarse la vida, le había sacado la daga de su corazón y llevándola entre sus patas, la dejó caer sobre el regazo del Príncipe Eric.


El Príncipe Eric, al entender su significado, soltó un gran grito de dolor, y se lanzó al piso abrazando fuertemente la daga, que todavía tenía rastros de sangre de su amado, sobre su pecho.


El cuervo esperó a que el Príncipe Eric, se clavara, también, su daga en el corazón; pero al ver que éste no lo haría, se fue volando, graznando ruidosamente.


A pesar de que el Príncipe Eric no le entregó su vida al cuervo, no pudo comer ni beber, el pan y agua que le daban en la mazmorra cada mañana, por el dolor y sufrimiento que sentía; y al cabo de una semana, murió con la esperanza de reencontrarse con su amor, el Príncipe Ru, en el más allá y ser felices en la eternidad.

El pozo de los deseos.



Hace mucho tiempo, en la parte más profunda de un bosque, había un pequeño claro donde estaba un pozo mágico que cumplia tres deseos.


Un día un joven audaz, educado y bien vestido, que estaba perdido en el bosque, se encontró con el pozo, y cuando se acercó para sacar un poco de agua para beber, se sorprendió al escuchar una voz, que provenía del pozo, decir:


- Por una moneda te concedo tres deseos.


El joven, vaciando sus bolsillos, encontró una moneda y sin perder ni un segundo la tiró al pozo.


- ¿Cuál es tu primer deseo?


- Inteligencia - dijo el joven - quisiera tener mucha inteligencia y saberlo todo.


- Concedido, ¿Cuál es tu segundo deseo?


- Tener manos creadoras - deseó el joven - quisiera tener manos capaces de crear cualquier cosa.


- Concedido, ¿Cuál es tu tercer, y último, deseo?


- Tener el poder de dar vida - pidió el joven - quisiera tener el poder de darle vida a todas mis creaciones.


- Concedido.


El joven, al tener el don de la inteligencia, encontró el camino de regreso a casa y se fue del bosque.


Un año más tarde, el mismo joven, pero pálido, ojeroso y con un aspecto desaliñado, regresó a donde estaba el pozo, llevando una gran caja de cartón de la cual provenía algunos sonidos que parecían llantos, suplicas y quejas.


Acercándose al pozo, el joven, esperó un poco, en silencio, luego un rato más, y después, perdiendo la paciencia, lanzó la caja de cartón dentro del pozo; y vaciando sus bolsillos, sacó una pequeña daga, que utilizó, cómo pudo, para cortarse ambas manos, qué luego lanzó, tambien, dentro del pozo, antes de regresar a casa con una sonrisa agridulce en los labios.

La promesa.


Sentado detrás del escritorio de su estudio, miraba con tristeza las fotos de su ex-mujer, había pasado toda la tarde llorando por ella.


*Toc, toc.


- Adelante - dijo el hombre, con una vos carrasposa y apagada.
Al estudio entró un hombre alto, fuerte, y muy bien peinado, que llevaba un gran saco, donde tenía guardadas ambas manos.


- ¡Cuñado! ¿Cómo estas? - le preguntó el hombre, guardando las fotos de su ex-mujer - ¿qué te trae por aquí?
- Estoy bien, y he venido a cumplir con la promesa que te hice.
- ¿Promesa? ¿Qué promesa, cuñado?
- La promesa que te hice el día que le propusiste matrimonio a mi hermanita - dijo el cuñado sin inmutarse.


El hombre se quedó en silencio, tratando de recordar todo lo que había pasado en aquel majestuoso día donde su ex-mujer había aceptado casarse con él.


- ¿Te refieres... a...? - empezó a decir el hombre, incrédulo.
- Si - dijo el cuñado, sacando sus manos de su saco y sosteniendo un arma que apuntaba al corazón del hombre.
- ¡Esto no puede ser cierto! ¿Éstas bromeando? - titubeó el hombre, alzando y manteniendo las manos al aire.
- No, yo te lo prometí.
- ¡Pero fue tu hermana quien me dejó! ¡Fue tu hermana quien se escapó con el jardinero! - se defendió el hombre - ¡Yo todavía la amo! ¡Y la amaré por siempre! Tal como se lo prometí en mis votos cuando nos casamos.
- Lo sé - dijo el hombre friamente - pero una promesa es una promesa.


Sin decir nada más, el cuñado apretó el gatillo y mató al hombre, perforando su dolido corazón con una bala de acero fria.


Al morir, tal como lo había prometido, el hombre amaría a su ex-mujer por siempre; y así, ambos, tanto el hombre como el cuñado, cumplieron sus promesas.

Mañana será otro día.


19 de julio: Querido diario, sigo con mi mala racha, hoy tuve un día terrible, nada me salió bien, pero no pierdo las esperanzas, mañana será otro día.


20 de julio: Querido diario, que díficil es no perder las esperanzas, aunque parezca increible, mi día de hoy estuvo peor que el de ayer, pero bueno, mañana será otro día.


21 de julio: Querido diario, ¡¿Cómo pueden pasarle tantas cosas malas a una sola persona?! ¡Y al mismo tiempo! Por momentos, siento que ya no puedo más; pero en esos momentos respiro profundo, pienso que mañana será otro día y sigo adelante.


22 de julio: Querido diario, por más que intento, e intento, ya no puedo, no puedo, puras cosas malas siguen pasandome, una tras otra, y aunque me repita mil veces que mañana será otro día, ya me es dificil de creerlo.


23 de julio: Querido diario, gracias por haberme acompañado en este viaje, y por haber estado siempre conmigo, fuiste mi único y mejor amigo; pero ya he perdido las esperanzas, cada día que pasa es peor que el anterior, y en vez de que las cosas mejoren, empeoran, es por eso que me despido, porque mañana, ya no habrá más mañana.

El majestuoso traje de la princesa exploradora.


Todos los exploradores se enfurecieron cuando, a última hora, la Princesa decidió formar parte en la siguiente expedición a uno de los bosques vecinos del reino; porque a pesar de que ya tenían todo listo para partir, la Princesa ordenó posponer la expedición hasta que el sastre y joyero real le hubieran confeccionado un traje con finas telas y lleno de incrustaciones de piedras preciosas, porque el uniforme de exploradora regular no le gustaba.


Durante la expedición, todos los exploradores murmuraban secretamente entre ellos su descontento con la Princesa y su nuevo traje, porque llamaba mucho la atención, espantaba a los animales salvajes y sobretodo, porque los había hecho esperar tres semanas a que tal majestuoso, pero inutil, traje estuviera listo.


Después de una semana en el bosque, los exploradores encontraron una tribu de hombres salvajes, quienes los superaban en número, y que en un abrir y cerrar de ojos, los capturaron y encarcelaron a todos menos a la Princesa, quien, al ser vista en tan majestuoso y brillante traje, fue llevada, en cambio, ante el monarca de la tribu.


Mientras la Princesa hablaba con el monarca, a todos los exploradores los montaron sobre la rama de un árbol muy peculiar y les ataron sogas a sus cuellos, para ahorcarlos cuando se les diera la orden de hacerlo.


Después de una angustiosa espera, cuando la Princesa salió de la tienda del monarca de la tribu, dándose las manos y haciéndose reverencias entre ellos, éste dio la orden de que liberaran a sus prisioneros y los dejaran volver a su reino.


- ¡Muchas gracias por salvarnos su majestad! - le decían los exploradores a la Princesa de regreso a casa.
- De nada - respondía ella altivamente - aunque de regreso al reino, deberán agradecer, tambien, al sastre y joyero real, porque de no ser por ellos, yo también estaría guindando de la rama de ese árbol tan peculiar.

El secreto del mago.


Después del show de magia, un niño muy astuto y perpicaz, logró colarse al camerino del mago, y tomándolo por sorpresa le preguntó:

- ¿Cuál es tu secreto? ¡Dime! ¿Cuál es tu secreto?
- ¿Mi secreto?
- ¡Si! ¡Tu secreto! ¿Es tu varita? - siguió preguntando el niño, muy hiperactivamente - ¿Tu sombrero? ¿Tu capa? ¿Cual es tu secreto? ¿Cómo haces para hacer magia?
- Querido niño - empezó a decir el mago - mi secreto no reside ni en mi varita - dijo dándole la varita al pequeño - ni en mi sombrero - continuó , quitándose su sombrero y poniéndoselo sobre la cabeza al niño - ni mucho menos en mi capa - siguió diciendo, mientras le ponía su capa sobre los hombros al pequeño - el secreto de la magia es creer.
- ¿Creer? - inquirió el niño, arrugando la nariz.
- Si, mientras creas en la magía, ésta se hace realidad ¡Mira!

Haciendo un ademán con sus manos, el mago hizo aparecer, de la nada, una roja y brillante manzana.

- Toma, te la regalo.
- Gracias - dijo el niño, tomando la manzana entre sus manos con los ojos muy abiertos - ¿Es de verdad?
- Si, muérdela, y cuando la pruebes te darás cuenta que es la manzana más dulce y deliciosa que hayas probado en tu vida, porque es una manzana mágica.
- ¡Mmmnnn! ¡Está deliciosa! ¡Gracias señor mago!
- De nada, pequeño, ahora devuelveme mi varita, mi sombrero, mi capa y regresa con tus padres, que deben de estar preocupados.
- Si, señor, mago, y no se preocupe, su secreto está a salvo conmigo, ¡No se lo diré a nadie! - dijo el niño, antes de salir corriendo del camerino del mago.

Un par de minutos más tarde, del sombrero del mago salió un conejo gris, que, sosteníendo entre sus patas una zanahoría, se quedó mirando muy fijamente al mago, juzgandolo.

- ¿Qué? - le preguntó el mago.
- ¿No te da vergüenza? ¿Mentirle a ese pequeño? - le preguntó el conejo muy seriamente.
- No - respondió el mago sonriendo.
- ¿Cómo puedes dormir en las noches?
- Eso si no puedo decirtelo, porque ese es el mejor secreto que guardamos nosotros los magos.

La medalla de oro.

Cuando entraron al estudio del abuelo para recoger sus cosas, el niño le preguntó a su madre:


- ¿Y todas esas medallas, mamá?
- Esas eran las medallas de tu abuelo.


El niño se acercó a la pared donde habían colgadas no menos de treinta medallas; pero percatándose de que todas eran medallas de segundo lugar o de participación, el niño volvió a preguntar.


- ¿Y el abuelo nunca ganó nada, mamá?
- Si, hace años ganó el primer lugar, una hermosa medalla de oro.
- ¿Y donde está? - inquirió el niño - No la veo guindada por ninguna parte.
- Esa está enterrada junto con tu abuelo.
- ¿Por qué?
- Porque desde que la ganó, tu abuelo nunca se la quito de su pecho, y a pesar de que decía que esa medalla había sido su perdición, porque al ganarla había perdido sus ganas de vivir, siempre la llevaba guindada en su cuello y por eso tu tía y yo decidimos enterrararla con él.
- ¿Cómo así que al ganarla perdió, mamá? No entiendo.
- Verás, tu abuelo vivió toda su vida tratando de ganar esa medalla; todos los años participaba y todos los años perdía, pero en vez de perder la esperanza, cada año el intentaba más fuerte y se sentía más motivado para ganarla, hasta que finalmente la obtuvo, y después se perdió, ya no tuvo nada que lo motivara a seguir.
- ¡Pero sí ganó! - dijo el niño llevando las manos al aire - El abuelo estaba loco, ¿no es cierto, mamá?
- Si, un poco; pero no del todo, todavía estas muy pequeño, cuando seas grande entenderás un poco mejor su locura.

El pacto de amor.


Cuando descubrieron que iban a ser padres, la pareja de recien casados, quienes estaban muy enamorados, decidieron llamar al pequeño con un nombre muy especial, que ellos mismos habían inventado, como representación del pacto de amor que se habian jurado desde el primer día que se conocieron.

Ocho meses después del nacimiento del pequeño, por los diferentes giros que da la vida, el hombre llamó a su mujer a la cocina del pequeño apartamento que habían comprado y le dijo, muy tristemente, que el amor se había acabado, que ya no la amaba, que quería divorciarse.

La mujer palideció al escuchar estas palabras y, rompiendo en llanto, salió corriendo de la cocina, subió las escaleras y entró a la habitación del bebé cerrando la puerta tras de si.

El hombre la siguió y al no poder entrar a la habitación, empezó a golpear la puerta y a arremeter contra ella para tumbarla. Dentro, la mujer se acercó a la cuna y agarrando, entre sus manos, una pequeñita almohada celeste, la presionó fuertemente contra la cara del bebé.

Cuando el hombre, finalmente, pudo entrar en la habitación, le pegó un empujón tan fuerte a su esposa que la tiró al suelo y le gritó:

- ¿QUÉ ESTAS HACIENDO? - mientras tomaba al bebé entre sus brazos, pero ya era demasiado tarde -. ¡MIRA LO QUE HICISTE! ¡MATASTE A NUESTRO PEQUEÑO! - le gritó el hombre, rojo de ira, mientras agitaba el cuerpo sin vida del bebé en el aire, frente a la cara de su mujer.

- El pacto está roto - dijo la mujer muy lenta y friamente desde el piso -. Tú lo rompiste. No merecia vivir - y levantándose muy agilmente, salió corriendo de la habitación y más nunca fue vista por nadie.

Los giros de la vida.


En uno de nuestros momentos de silencio sentados en la playa, noté que mi novio estaba más pensativo que de costumbre.

- ¿En qué piensas?
- En la vida - me respondió, soltando un suspiro y sonriendo llevemente.
- ¿Deprimido otra vez? - le pregunté, consternado, al ver que sonreía.
- No, no, todo lo contrario, es solo que... Me preguntaba quien seré o donde estaré en cinco o diez años.
- ¿Cómo así? Seguiras siendo tú, ¿no?
- Quizás si o quizás no - me respondió tranquilamente-. Estaba pensando que hace cinco años cuando me gradué de la universidad como ingeniero, pensé que esa sería mi vida: la de un ingeniero trabajador y amante de la tecnología. Y mirame ahora, cinco años después soy un escritor o, mejor dicho, un intento de escritor que prefiere un libro a un e-book.
- Sigue, creo que te entiendo.
- Entonces, me estaba preguntando: ¿Quien seré o donde estaré? ¿Seguiré siendo escritor? ¿Seguiré viviendo en este país? ¿Me convertiré en pintor? ¿Artista? ¿Cantante? ¿Volveré a retomar la ingeniería?... Y miles de preguntas más que revoloteaban por mi cabeza.
- Ya veo porque estabas tan callado; pero ¿sabes una cosa?
- ¿Qué?
- No importa lo que seas o donde estes, ojalá sigamos estando juntos - le dije, dándole un beso en la mejilla.