Sentado detrás del escritorio de su estudio, miraba con tristeza las fotos de su ex-mujer, había pasado toda la tarde llorando por ella.
*Toc, toc.
- Adelante - dijo el hombre, con una vos carrasposa y apagada.
Al estudio entró un hombre alto, fuerte, y muy bien peinado, que llevaba un gran saco, donde tenía guardadas ambas manos.
- ¡Cuñado! ¿Cómo estas? - le preguntó el hombre, guardando las fotos de su ex-mujer - ¿qué te trae por aquí?
- Estoy bien, y he venido a cumplir con la promesa que te hice.
- ¿Promesa? ¿Qué promesa, cuñado?
- La promesa que te hice el día que le propusiste matrimonio a mi hermanita - dijo el cuñado sin inmutarse.
El hombre se quedó en silencio, tratando de recordar todo lo que había pasado en aquel majestuoso día donde su ex-mujer había aceptado casarse con él.
- ¿Te refieres... a...? - empezó a decir el hombre, incrédulo.
- Si - dijo el cuñado, sacando sus manos de su saco y sosteniendo un arma que apuntaba al corazón del hombre.
- ¡Esto no puede ser cierto! ¿Éstas bromeando? - titubeó el hombre, alzando y manteniendo las manos al aire.
- No, yo te lo prometí.
- ¡Pero fue tu hermana quien me dejó! ¡Fue tu hermana quien se escapó con el jardinero! - se defendió el hombre - ¡Yo todavía la amo! ¡Y la amaré por siempre! Tal como se lo prometí en mis votos cuando nos casamos.
- Lo sé - dijo el hombre friamente - pero una promesa es una promesa.
Sin decir nada más, el cuñado apretó el gatillo y mató al hombre, perforando su dolido corazón con una bala de acero fria.
Al morir, tal como lo había prometido, el hombre amaría a su ex-mujer por siempre; y así, ambos, tanto el hombre como el cuñado, cumplieron sus promesas.